Los dientes de la eternidad. Jorge
García y Gustavo Rico.
Norma Editorial. Cartoné. 219 págs. Color (2016).
Tras una larga espera volvemos a retomar el periplo de
Gylfi, con su búsqueda e intento de
robo de la inmortalidad, con sus manzanas y con su traición a cuestas. Han
pasado cinco años desde que conocimos la primera parte de su aventura cuando llegaba
a caballo al Ásgard y entraba en el
pabellón del Valhalla. Todos los
presagios y los acontecimientos nos daban a entender el inminente Ragnarok de los dioses, y nuestro
personaje iba a ser un involuntario espectador de esa caída y del fin de todo
lo conocido. Ya desde la primera plana el narrador nos avisa: “Son dioses, son invencibles y, sin embargo,
van a morir”.
Jorge García (Salamanca, 1975) y Gustavo Rico (Barcelona, 1977) comenzaron este trabajo hace más de una
década y al fin culminan su larga travesía. Conseguir publicarlo les ha costado
lo indecible. En una reciente entrevista comentaban que habían propuesto la
publicación a cerca de ciento veinte editoriales y que, bien el silencio, bien
la negativa les hizo un daño psicológico de importancia. Recuperados, siguieron
sin cejar en el empeño hasta que el proyecto llegó a las manos de Luis Martínez, editor de Norma Editorial, que apostó de forma personal
e incondicional por la obra.
Las mitologías son espejos, los
elementos comunes se miran unos a otros. Si una historia funciona ¿por qué no
adaptarla al nuevo panteón emergente? Y así tenemos a un Loki bajo un castigo que recuerda poderosamente a otros castigos a
mortales o dioses en los que un círculo cerrado de circunstancias hace que sea
eterno y repetitivo: un eterno retorno. Y claro, el primer presagio, es el
fallo de ese círculo que conlleva la liberación del mal. El fin del mundo es un
recurso vigente en todas las mitologías y religiones. El ser humano necesita
conocer el fin de las historias y de la vida, saber como acaba todo, no somos
capaces de asumir una mitología o una religión sino está cerrada, y por tanto, de
esta forma, sin saberlo conscientemente, entendemos que está bien narrada, que
es creíble. De ahí que no haya mitología o religión que no tenga su particular
final de todo lo conocido.
Jorge García nos propone un guión basado en cartuchos de texto de
apoyo donde una voz de tono fantasmal nos va declamando la narración. Junto con
el uso del presente de indicativo, todo sucede al momento, consigue que la lectura
sea intensa y que la voz nos atrape y atraiga. Dice Pablo Auladell en el prólogo que se trata de una voz que no está
acartonada sino que es actual, y que, por tanto, nos parece aún más real si
cabe, una perfecta narración de transmisión oral, de escuchar/leer, no teniendo
la apariencia de una invención, sino la de un hecho que realmente está ocurriendo,
una sensación de verdad que otorga una fuerza inusitada a la historia. Micharmut coincidía con esta sensación
de verdad que emana la obra e indicaba en el prólogo de la primera edición que
el lector debía estar preparado “a que un
copo de nieve se pose en sus cejas. O a que el ramalazo de una palabra lo
petrifique”.
Jorge García comenzó a
escribir este trabajo tras la lectura del texto La alucinación de Gylfi, fue el principio, poco a poco, otros
textos fueron cayendo en sus manos y siendo asimilados por su mente. La
redención, tema recurrente en sus otros trabajos, vuelve a aparecer y a
manifestarse en un personaje traicionero como Gylfi. No concibe García
la redención sin la traición previa del protagonista. Asimismo, cada personaje
tiene una voz propia, con elementos de articulación diferentes, lo que nos lleva
a encontrarnos durante la lectura con un bestiario de personajes/voces creíbles
y con identidad propia. Este es, sin lugar a dudas, uno de los aciertos fundamentales
de esta obra y el que otorga esa “verdad”
que percibimos en su lectura.
La calidad del trabajo no desmerece
en nada a la primera parte ya publicada, elegantemente retocada y reelaborada
para esta edición, y sí que mantiene un
nivel ascendente que eclosiona, en mi opinión, a partir del inicio de la
batalla y de la aparición de Thor, con
esa increíble imaginería que posee el dibujante haciendo de un personaje tan
manoseado, una revelación: recreándolo fresco y nuevo.
Gustavo Rico con este trabajo se incorpora, si no lo había hecho
ya, a la estela dejada por Guy Peellaert
con su Las aventuras de Jodelle, a la de Miguel Calatayud con su Peter
Petrake y sus Los 12 trabajos de
Hércules, y permítanme que le incluya, al italiano Mattotti con esa capacidad para la imagen-concepto que tan bien está
trabajada en este cómic.
Gustavo usa planas con distintas profundidades narrativas, páginas
que debido a la repetición simétrica del dibujo parecen crecer o elevarse por
encima del papel. Usa la imagen como un eco, y la percepción que tiene el
lector es que el dibujo tiene sonido, y ese eco parece explotar en el tímpano con
la lectura produciendo un encogimiento, una sensación de pequeñez ante el
abismo de la imagen. Los fondos consiguen generar distintas atmósferas
dependiendo del efecto que se quiera inocular en cada momento. Muestra la
grandeza de los dioses, que imagen tan poderosa la de Odín, con pocos elementos, y la ruindad de Loki con una sonrisa irónica. Apabulla en las dobles páginas, sobre
todo en las que da inicio a la batalla. Nos hace tragar saliva y tener anudada
la garganta.
Y el final de la obra, con la
fantasía hundida en el corazón, con la tumba que rebosa cadáveres, se encoge el
alma del lector. Un final de finales.
Jorge García y Gustavo Rico
han realizado una de las obras del año, arriesgada y valiente, huyendo de modas
y lugares comunes, siendo diferente, y por tanto con entidad propia, es decir,
los ingredientes con los que se forjan los clásicos.
© Pedro F. Navarro, 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario