sábado, 15 de mayo de 2010

Noveno Arte, de noviembre de dos mil seis a febrero de dos mil diez en treinta y tres entregas.


Es difícil. Sí, encontrarlo o que suceda. Cuando lo encuentras careces de palabras, o bien las palabras se vuelven inmediatamente al afecto. O quizás sean palabras que se mueven por la cuerda del agradecimiento. O quizás pueda ser esa persona, o circunstancia, o modo, o lugar llamado “valiente”. Cuando sucede, las páginas acaban perteneciendo a un tiempo, a una forma de pensar, o a varias formas de pensar, y quedan grabadas a fuego en una historia, en la historia.
Era octubre, el mes. Dos mil seis, el año. Se acercó como de casualidad, más tarde comprendí que no, que aquello no era azar, que existía una premeditación, una intención que además ni era ocultada, ni tampoco se mostraba en su totalidad. Ni prudente, ni inconsciente. Quizás sea un camino a mitad del significado de ambas palabras. O quizás fuera azar y casualidad. Quién sabe. La cara enmarcada por una sonrisa. La mano extendida hacia delante con toda la corpulencia de una persona que durante años se ha entregado al deporte. Me asalta el pasado. Lo recuerdo. Una imagen a cámara lenta. Una película con la duración de un instante. Sí, me ganó una carrera cuando jóvenes. Y no lo había olvidado porque aquello ocurrió en los últimos cincuenta metros. Había estado estudiándome. Y cuando tuvo la certeza. Apretó hacia delante. Llegó a mi altura. Cruzamos las miradas y me di cuenta que era imparable. Aquel instante se grabó en mi mente. No había decepción, ni rencor. Desde el primer momento le admiré cuando fríamente nos dimos las manos. Decidí no competir más. Esa reacción última, ese vestigio que separa la gloria del fracaso no lo iba a saber articular. Porque era irracional. Y esa irracionalidad no comprendía cómo desarrollarla.

Ahora estaba frente a mí. En aquel teatro, en un momento importante. Sobre todo por la dificultad que supone. Era una entrega de premios. Su cara sonriente. Su mano extendida. Le sonreí. La choqué. Quienes me conocen saben que soy un tímido irremediable aunque no lo aparente. Lo soy. Créanme. Al darle la mano no sabía que decirle, hablarle o comentarle. Era el director de un periódico de ámbito comarcal que realizaba un trabajo interesante. Hasta ahí conocía. Sabía algo de su vida. Poco. Lo justo. Así que me callé. Eso sí, con mi sonrisa de tímido empedernido. Menos mal que empezó a hablar. Me felicitó. Un premio no se recibe todos los días. Un primero además. Y de escribir. Un cuento para más señas. Le hablé que durante la lectura del acta me sorprendió el nivel del jurado. No le dio importancia. No dudaba de la calidad del texto. Me preguntó su título. “Una noche de tormenta” le dije. Ah!, después lo buscaré, me comentó. No le iba a ser difícil. En aquel hall había un mostrador donde, amarrados con un hilo, para evitar tentaciones, estaban los cuentos premiados. Nos miramos y lo soltó. Lo dijo de golpe. Me quede un momento perplejo. Por la propuesta. Por el riesgo. Y claro, el momento dulce que vivía, se acababa de endulzar más.

Estaba inmerso en una escritura que me mantenía absorto. Me había negado a colaborar en diversos sitios. El gusanillo picaba, sí, pero conseguía mitigarlo. O más bien lo tenía amordazado convenientemente. Aquella propuesta lo desató. No había forma de detenerlo. Tanto tiempo había pasado resignado que ahora no me iba a permitir la opción de negarme. Le dije que sí. El director asintió. Le indiqué que de lo único que sabía algo era de cómic, de historieta. No importa, me comentó, lo haces de historieta, cuatrocientas palabras al mes. ¿Quieres que hable de algún tema o de alguna época en concreto? Le pregunté. No, de lo que quieras, me contestó tajante. Le dije que lo llamaría Noveno Arte. Bien, repuso. Nos despedimos. Luego fue hasta la mesa, buscó y se acercó a mi relato.

La primera columna apareció en noviembre de dos mil seis, compartía página con otra que se llamaba “Un toque de maldad” de Manuel Benítez Bolorinos. Es una columna que echo de menos. Uno no encuentra fácilmente a una persona que hable de cine con criterio y buen gusto. Como no podía ser de otra forma aquel primer Noveno Arte lo dediqué a un clásico “El Príncipe Valiente”, y sí, usé esta historieta como la inicial por la alegoría que suponía su título.

Desde entonces hasta ahora. Treinta y tres entregas. Y así seguirá mientras su director lo quiera. Ya les comentaba. Es difícil. Sí, encontrarlo o que suceda. Y ahora no sé cómo agradecer lo que supone para un medio tan denostado como la historieta el tener este hueco en un periódico de ámbito comarcal. Sucede, y las páginas, las entregas de esta columna ya pertenecen como les decía a un tiempo, a una historia. Espero que la sigan leyendo y disfrutando. No todos los medios tienen esta valentía y audacia. Y aquí, es gracias a una apuesta personal y arriesgada de su director Alfonso Martínez.

Esta valentía, esta audacia es el mayor elogio que conozco. Gracias.


© Pedro F. Navarro, 2010


(Columna especial Noveno Arte publicada originalmente en el periódico 30 Días en febrero de 2010 con motivo de la celebración del número cien)

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