Soy mi sueño. Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell. Edicions de Ponent. Cartoné. 74 págs. Bitono.
Erich Hafner, comandante de la Luftwaffe, escolta hacia el cerco de Sebastopol un tren de doscientos cuarenta y cinco vagones que transporta “uno de los orgullos del Reich”: el poderoso cañón Gustav. Su escuadrilla es atacada, su avión, tras una maniobra evasiva, cae. Le rescata Solaya, una chamana tártara, que le curara de sus heridas y le alejará de la muerte. “El tiempo ahora no existe. Pasado, presente y futuro hace rato que se entrelazaron”.
Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) y Pablo Auladell (Alicante, 1972) nos transportan hacia un viaje al interior de Erich, a su mente, a sus recuerdos. Un viaje a la búsqueda de la razón de ser de su existencia, y de la misión que ha de desempeñar en la vida. Tendrá que entender su pasado, el de aquel niño de diez años de Dresde que le dejó su padre y que su madre llevaba de vez en cuando a ver “los querubines y la señora” pintados por Rafael. Tendrá que ajustar cuentas con su pasado y tener encuentros que no sucedieron. Será en uno de esos encuentros, en una conversación con su padre, cuando entienda la relación de amor/odio de la que él proviene. “Yo fui el fruto de dos malditas almas libres”. Solaya, la chamana tártara, al devolverlo con los suyos le mostrara el terror que están inflingiendo. La máxima se nos hace más clara y no importan las razones, o peor, los razonamientos, siempre acaba por cumplirse: “Quien tiene el poder, lo ejerce”.
La narración de Cava apoyada en varias voces desgarra al lector arrojándolo a una historia en donde no hay asideros, nada es fácil, y las resoluciones no son tópicos de manual. La historia tiene un aire de verdad flotando en las viñetas que nos hace estremecer, y el puzzle, que tanto molesta al lector imberbe es de una elegancia y maestría como sólo el escritor de Las Memorias de Amorós nos podía regalar. El dibujo de Auladell es tormentoso, lleno de nubarrones, las manchas de grises otorgan volúmenes que estremecen, y las sombras, se transforman en luces cuando emborronan rostros y espacios abiertos que producen vértigos. El uso del bitono, el uso del collage, la composición de imagen, la elegancia en el diseño, nos habla de un dibujante que no olvida ningún detalle.
Al final, la frase que da sentido y razón a esta impresionante obra nos sacude: “¿Y si fuera cierto que estamos presos en un sueño del que despertamos únicamente al morir?”
Aunque haya sido ignorada, ha sido y será, la mejor obra española del año 2008. No la dejen pasar.
© Pedro F. Navarro, 2009
(Columna Noveno Arte publicada originalmente en el periódico 30 Días en julio de 2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario