Waslala, reza el letrero. Leí mejor: Tetería Waslala. Había caminado sin rumbo. Llevaba mucho tiempo atascado en la resolución de un cuento. La pluma seca en el bolsillo era el cuerpo del delito. Waslala no existe, me dije, es un imposible, una ilusión. Nunca creí en utopías. Una estrella de papel ilumina la entrada. La enrejada abierta ofrece entrar hasta una puerta de madera con ojos de cristal cuyas aguas parpadean imágenes anegadas de ocre envuelta entre muros centenarios. Pasé. El hálito de calor me relaja, una luna llena de azul me mira y el rumor del agua con su leve torrentera de murmullo de beso acaricia mi alma. Pinocho sentado en un columpio gira su cabeza. Un caballo alado, Pegaso quizás, vuela surcando sueños de aserrín. Las ventanas de Waslala dan a otros mundos. Un niño con pijama contempla la noche, sueña olvidos e imagina ser un principito a la vez que un hada sentada en la contraventana me pide silencio. No despiertes, no lo despiertes, me dice al agitar sus alitas de rama de arbusto. Waslala, suspiré, un lugar donde refrescar los veranos, un lugar donde encontrar abrigo en los inviernos. El aroma del té lo envuelve todo ¿Existe este lugar? ¿Es posible? Escuché una voz, no supe de dónde: té de la mejor calidad, agua mineralizada y azúcar de caña integral de agricultura ecológica. Me senté al fondo donde una fuente habla de un imposible con la letra grabada en la piedra mientras el agua bosteza círculos en el pozal. El ambiente relajado detiene el tiempo en este lugar de ensueño. Deseé no despertar. Abrí la carta. La lista, no sólo de tes, era de impresión. Volvió la voz: hasta las diez y media junto a tu consumición te ofrecemos una degustación gratuita y diferente cada día. Apostamos por productos de comercio justo y de agricultura ecológica. Cerca, había una estantería de cristal. En su interior, libros de sueño dulce con palabras escondidas entre páginas de lavanda. Leí los títulos. Aún no han sido escritos, escuché. Los conozco, repliqué al levantar la vista. Sentado sobre el marco de un cuadro, un ángel con un libro abierto sobre las piernas me mira con la melancolía del buscador de palabras. No todos, aunque se escribirán más pronto o más tarde, me dijo. Volví a leer los lomos. Tenía razón. Al final del primer estante encontré mi nombre junto a un título que desconocía. Lo cogí sorprendido. Amarillento de tiempo, la humedad ahuecaba sus páginas. Lo abrí. Estaba en blanco. Luisa me había preparado un té. Pedro me lo sirvió en la mesa. No recuerdo cómo supe sus nombres ni tampoco cómo acertaron con el té que deseaba. Miré el blanco de la página, el abismo. Bebí del té. Su sabor anegó mi garganta abrasada de civilización. Me sentí renacer. Llevaba meses atascado sin escribir. Pinocho y el caballo alado, Pegaso quizás, jugaban iluminados por una luna llena de azul. El hada pedía silencio. El rumor del agua envolvía los aromas de té. El ángel sonreía. Nunca creí en utopías. Estaba equivocado. Saqué la pluma seca de mi bolsillo, el cuerpo del delito, y comencé a escribir: Waslala, reza el letrero…
© Pedro F. Navarro, 2008
3 comentarios:
Vaya, apetece tomar un té en este escenario. Y no es de extrañar que estando tan bien acompañado las musas de la inspiración hayan refrescado tu pluma. Evocador y mágico recrea todo un mundo de sonidos, aromas y sabores. Sueños y fantasía al alcance de tus manos,en una taza humeante, en un entorno paradisíaco.¿Cómo resistirse a probarlo?
Pues nada, está hecho. Cuando queráis ir Fabio y tú, me lo decís y nos vemos allí también.
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